Crecemos en barrios que nos acompañan a dónde vamos, aprendemos a vivir rodeados de comerciantes y vecinos que nos aportan las vivencias del día a día. Con ellos forjamos los rituales de conexión que van a permanecer con nosotros toda la vida, creando una identidad y un vínculo con los demás.

Esta cotidianidad son valores que cohesionan el barrio, que nos asemejan y crean una identidad diferente, que nos enorgullece y resalta frente a los otros barrios. No somos de Madrid, somos de Carabanchel, que quede claro. Y eso marca.

Señal del Mercado en la calle General Ricardos

Ese contacto con los orígenes nos produce un deber y una celebración. Salimos de casa y la calle es nuestra segunda casa. Sentimos la identidad de lo que vemos. Nos reconocemos en nuestros vecinos, en las tiendas que visitamos habitualmente, la compra pausada y sin prisas que nos lleva a relacionarnos con los comerciantes del Mercado. Ellos saben de nosotros desde hace muchos años, quizá nos han visto crecer y conversamos como si no hubiese pasado el tiempo. Disfrutamos de ese ritual. Saludar y hablar, conocer y transmitir, siempre con la confianza del buen servicio.

Esas señas de identidad nos enorgullecen, nos ayudan a dar pasos sólidos que nos producen un sentimiento de nostalgia cuando estamos lejos. Son el hilo que nos mantiene unidos a nuestros hogares. Allá donde vamos recordamos de dónde venimos. Quizá ya no seamos lo que fuimos, pero siempre queremos volver al campo base, donde están los recuerdos y la seguridad, en la casa de nuestros padres.

Vivimos aventuras y allí donde estamos repetimos los rituales que aprendimos desde nuestra infancia: quién no se ha llevado en la maleta el embutido que siempre compramos en el mismo local del mercado, que cuando lo consumimos nos lleva a casa por un instante. Los productos a los que estamos habituados no cambian, forman parte de nuestra esencia. Sabemos que la dieta mediterránea es la nuestra, sin dudarlo. Forma parte de nuestro ADN: frutas, legumbres, verduras, carnes y pescados son todo lo que necesitamos para volver a sentir el ambiente del mercado de abastos. Rituales que nos acercan a nuestro barrio de siempre. Esos rituales de compra nos dan orden y seguridad, sabemos de dónde venimos y lo que queremos. Repetimos las mismas ceremonias allá donde estemos: partir el embutido, cortar el jamón y el queso en lonchas finas, preparar un buen pescado fresco… y en navidades, que no falte el turrón y las uvas. Los rituales nos dan orden y seguridad. Ahora que vivimos en el capricho del instante, el impulso y la apetencia, volvamos al ritual que conduce a la ceremonia de la vida. Y no hay mejor forma que sentir la vivencia del barrio, de nuestro mercado.

Tomemos el rito como un protopensamiento: asombro-curiosidad- cuestionamiento, como un medio de repetición y recordatorio constante: recordar y repetir para no olvidar, para participar en la comunidad.

No perdamos el mundo real frente al virtual: saludar, ofrecer nuestro mejor perfil no solo en las redes, sino también con los que nos rodean y conviven. Quizá las mejores frases son las que decimos desde la reflexión, y nos ayudan a no perder el rito y la celebración. Volvamos a la esencia, volvamos a nuestro Mercado.

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